Volver a casa es una sensación extraña pero a la vez, increíble. Viajar es uno de los placeres más grandes que he vivido, a la vez que excitante y un poco aterrador. Es excitante porque aterrizar en un sitio nuevo para ti te va a aportar nuevas sensaciones, experiencias y aprendizajes. Pero cuando viajas, y sobre todo si es por mucho tiempo, te invade el miedo a lo desconocido.
Cuando llegué a Bodo sentí paz y supe que ese sería el sitio perfecto para crear una nueva etapa de mi vida. Lejos del estrés, de las prisas, del caos y el malestar causado por todo esto. La zona norteña de Noruega es realmente mágica y por esto, la llevaré siempre conmigo, aunque ya no esté allí.
Este país me dió algo nuevo, la pasión por la repostería, aunque yo por naturaleza soy fan de la comida, de su sabor y sus aromas. Me encantaba visitar diferentes cafeterías y tomar algo tranquila, acompañado siempre de los rollitos de canela tan típicos. Pero algo que me ha enseñado esta cultura es que esto se puede disfrutar fuera y dentro de casa: el calor del hogar, con la decoración tan acogedora que les representa, acompañados de unas velas con aromas frescos y que consiguen depurar por fuera y por dentro, eso es placer.
La decoración de hogar fue otro gran descubrimiento para mí en esta aventura y es que en los países del norte esto es primordial. Las bajas temperaturas obligan a pasar mucho tiempo en casa y por eso es imprescindible sentirte bien, crear un espacio de paz y armonía. ¿El complemento perfecto para conseguir esto? Sin duda apostar por las velas aromáticas, ¡esto sí que es placer!
Sin duda, esta ha sido una de las experiencias más gratificantes y que me ha cambiado totalmente. Como muchas cosas en la vida, todo tiene un pero y, es innegable que viajar es uno de los mayores placeres pero, volver a tu hogar, donde empezar de nuevo, recargar pilas y rodearte de las personas y paisajes que te impulsa, eso realmente es placer.